lunes, 20 de septiembre de 2010

Resumen de "El elogio de la Sombra"

Taller de comercial                                                                              

El elogio de la sombra de Junichirò Tanizaki

“La belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra” Junichirò Tanizaki.

Junichirò personalmente en la construcción de una casa tropezó con muchas dificultades, acepto que no es fácil admitir el propio error hasta que no se ha intentado todo.

En estos tiempos en las tiendas se encuentran lámparas eléctricas, él se dedicó a buscar en los anticuarios lámparas de otras épocas y les puso bombillas eléctricas. Uno de los problemas con los que se topo fue que de todas las “estufas” no hay una sola cuya forma pueda encajar en una vivienda japonesa, por lo que mando a construir un gran hogar central y hay coloco una estufa eléctrica para así mantener caliente el agua para el té y al mismo tiempo la habitación.
Los baños de las casas japonesas siempre son apartados del edificio principal, estos espacios se armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna, es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento. Este espacio en una casa corriente no es fácil mantenerlo limpio por lo que su construcción no tiene la menor relación con el “refinamiento” o el “sentido de la naturaleza”. En la cultura japonesa se trata de velar todo con una difusa penumbra y dejar que apenas se vislumbre el límite entre lo que está limpio y lo que está algo menos.

Junichirò no tiene nada en contra de las comodidades que ofrece la civilización, pero a pesar de eso, se pregunta por qué y demuestra que la forma de un instrumento aparentemente insignificante puede tener repercusiones infinitas.
El Occidente ha seguido su vía natural para negar su situación actual; pero los japoneses, colocados ante una civilización más avanzada, no han tenido más remedio que introducirla en sus vidas. La dirección que han tomado es sin duda la más conforme a su naturaleza.
Esto quiere decir que los occidentales hacen aparatos inventados y elaborados por ellos, por lo que los han adaptado desde el principio a su propia expresión artística. Y es por eso que los japonenses han sufrido auténticos perjuicios.
A los japoneses la vista de un objeto más brillante les produce cierto m malestar, les horroriza todo lo que resplandece y por el contrario los occidentales utilizan utensilios con brillo.

La cerámica ha hecho en los japoneses progresos muy considerables, lo que sin duda está también relacionado con su genio nacional. No es que tengan ninguna prevención a priori contra todo lo que reluce, pero siempre han preferido los reflejos profundos a los que les llaman “efectos del tiempo”, los cuales los apacigua y les tranquilizan los nervios.
También en un restaurante en Kyoto descubrió que incluso con una lámpara eléctrica con forma de linterna, reinaba una impresión de nocturnidad. Descubrió los reflejos de las lacas, supo entonces que si sus antepasados habían encontrado el barniz llamado “laca” no era en lo absoluto al azar. En realidad se puede decir que la oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza de una laca y hacer que los objetos cobren profundidad, sobriedad y densidad.
Ellos utilizaban los dorados ya que tomaban en cuenta la forma en la que se destacarían  de la oscuridad el ambiente y la medida en la que reflejarían la luz de las lámparas. A las cerámicas les faltaban las cualidades de sombra y profundidad de las lacas, y estas no lastiman al oído, por lo que hoy en día se sigue sirviendo la sopa en cuenco de laca, pues un recipiente de cerámica está muy lejos de dar satisfacciones comparables.
Se ha dicho que la comida japonesa no se come, sino que se mira, pero en opinión de Junichirò si se mira pero ¡pero además se piensa!. Si la cocina japonesa se sirve en un lugar demasiado iluminado, en una vajilla predominante blanca, pierde la mitad de su atractivo.
En los monumentos religiosos de Japón, los edificios quedan aplastados bajo las enormes tejas y cimeras y su estructura desaparece por completo en la sombra profunda y vasta que proyectan los aleros. Cuando inician la construcción de sus residencias, antes que nada despliegan el tejado como un quitasol que determina en el suelo un perímetro protegido del sol, luego, en esa penumbra, disponen la casa. El tejado japonés es más bien un quitasol.

Cuenta que sus antepasados no tardaron mucho en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos. En realidad la belleza de una habitación japonesa, es producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra y no necesita ningún accesorio, la luz indirecta es el elemento esencial de la belleza de las residencias.
En las salas de estar, hay un hueco llamado “toko no ma” que adornan con un cuadro o un adorno floral, se trata de añadir a la sombra una dimensión en el sentido de profundidad. Este hueco es considerado obra maestra del refinamiento que con los reflejos blanquecinos del papel que rebotan de cierta manera en esas tinieblas muestran un universo ambiguo donde sombra y luz se confunden.

Los contemporáneos, que viven en casas claras, desconocen la belleza del oro. Pero nuestros antepasados, que vivían en mansiones oscuras, experimentaban la fascinación de eses esplendido color. El oro desempeña un papel reflector y contribuía a dar todavía más luz sin perder su brillo, mientras que el brillo de la plata y de los demás metales se apaga muy deprisa.

Lo bello no es una sustancia en si sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producidos por yuxtaposición de diferentes sustancias. En pocas palabras, la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.

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